Sunday, September 23, 2007

Crónica de la muerte presente.

Llegué a la edad de presenciar los entierros. O peor aun presenciar las agonías. Mi madre fue una excepción precoz, porque aunque la leucemia había sido anunciada años antes, la realidad de la muerte me fue mordiendo hasta muchos años después de su misma muerte.

Ahora nuevamente. Un dialogo reflexivo y profundo con mi mujer.

- Se esta muriendo mi abuela
- Si…¿que gacho verdad?

Y es que ante la muerte es difícil saber que decir. Dentro de mí visualizaba mi llegada con la frase mas inadecuada que puede escuchar alguien que agoniza

- Hola abue…¿Cómo estas?

Yo me contuve, pero mi prima sucumbió ante la confusión de la costumbre.

Es tan común la muerte y tan ajena. Tan cercana como las notas del periódico y tan lejana que nos hace sentir eternos e inmortales.

Es su reflexión el cliché más grande de artistas, filósofos y toda clase de intelectuales. De aquellos que con un pánico contenido expresan su perspectiva con la arrogancia del que se siente salvo,sano, vivo, para –en ocasiones- ser aleccionados por el cáncer incurable, la letánica diabetes, el intempestivo accidente o peor aun, la depresión que redunda en un suicidio, tan estereotípico de los amantes de las letras y las artes.

No hay que retarla, porque históricamente, ella siempre gana.

Y cuando esta cerca, hay que tratar de entenderla, porque solo queda la esperanza. (La fe es una mejor receta, dicen algunos).

A treinta y cinco mil pies y entre las nubes, recordé aquel día que me dijeron que mi madre había muerto. No quiso que yo la viera agonizando, por lo que no estaba enterado del proceso. A esa altura y con la flecha de la confusión clavada entre mis llorosos ojos, solo estaba esperanzado en que ella estuviera ahí afuera, sin necesidad de cabina presurizada, sencillamente sintiendo la brisa fría de aquel cielo y disfrutando del color azul profundo de arriba, el dorado de la tarde y el blanco esporádico de la nube algodonada. Quizás hasta podía sentirla.

Ojala me estuviese sonriendo a través de la ventanilla. No lo se.

Hoy, recordaba y rogaba por la esperanza de mi abuela. Quizás volaría un poco de espaldas para alcanzarla en este espacio tan azul y amplio, porque ellas hacen las cosas al revés: Murió la hija (mi madre), hoy agoniza la madre (mi abuela) y nos sobrevive la abuela (mi bisabuela).

Mi bisabuela tiene noventa y tres años ha visto muchas muertes, pero nunca tan cercanas. Y sigue siendo la mas fuerte. Con sangre de quinceañera, dice su doctor cuando revisa sus exámenes.

La vi primero a ella, ancianita encorvada pero vigorosa, de ojos tristes pero profundos, de boca maltratada pero buscando sonrisas. Tierna toda en si y tambien porfiada.

Aun triste sonreía ante la gracia de vernos a todos juntos, pero en ese vaivén de emociones se rebosaban sus ojos grises de llanto ante lo que invariablemente llegaría.

- Mira a mi hija, pobre de mi hija. Y yo aquí. Yo aquí.- Repentinamente sollozaba.

Sabía que la muerte esperaba con misericordia a que nos despidiéramos. Quizás se impacientaba en aquella antesala vieja de muebles de caoba y de tapicería rosa desgastada, viéndonos pasar, reir, recordar, llorar. De repente quizás le gustaba oir otra mas de millones de historias de vida o solo estaba observando a quien seguía.

El caso es que la teníamos de visita.

Cuando por fin vi a mi abuela, no pude menos que impactarme: La mujer dominante y vanidosa, de sonrisa difícil pero amplia, la de la voz alarmante, quebrada, urgida. La de pasiones y confusiones infinitas. La mujer que amamantó de leche, consejos, gritos y educación a sus hijos. La que creía en lo mistico y lejano y la que amaba lo material y cercano. La que soñaba con la grandeza de sus nietos. La que le faltaban glorias y le sobraban luchas, esa guerrera incomprensible e incomprendida, mujer y hombre, grito y silencio, dia y noche, amor y dinero...

Hoy se desvanecía, se derretía en su lecho abriendo un solo ojo amarillento y profundo, extendiendo diez centímetros un brazo que luchaba como para avanzar veinte leguas, solo para tocar mi mano.

Un solo gemido salió de su boca y cuando le sonreí, torció el rostro intentando lograr una sonrisa. No había mas ella en su totalidad, era la fracción ultima, pero quizás la mas bella.

Luego las cartas de mis hijas que le hicieron volcar su cuerpo para tratar de verlas mejor. Lanzó un apagado gemido de un gozo desconocido y la mezcla de felicidad y tristeza de ver sus rostros por última vez en unas fotografías 8x10. Apretó con su mano un gato de peluche que su nieta le pegó a la carta. Ella no la podía leer mas, pero era innecesario porque de cualquier modo, la carta de mi hija, la mas chica, era absolutamente ininteligible en letras, pero muy clara en su tierno amor.

La muerte le arrulla o susurra algún misterio, porque no tiene miedo. El ojo me mira con profundidad y silencio y en el momento en que estuvimos solos, yo recostado junto a ella, solo se sintió la tranquilidad de los recuerdos. La foto de mi madre en un altar muy cerca de ella, porque ella empezó a morir con su partida: eran una. Cuando llegues, dile que la extraño.

No se cuando llegue el momento y mientras, esto se vuelve un festejo: A nadie lo quiero de negro,todos de colores claros. Siempre lo dijo. Hoy quiero vestirme de blanco. Hoy quiero sentarme junto a la muerte en los muebles de mi infancia, los muebles eternos de mis primeros recuerdos, aquellos de la abuela. Las vitrinas, comedores, mesas, jarrones, estatuas, cofres, cuadros y espejos que sobrevivieron cada uno de mis respiros, cada casa vieja y nueva, grande o chica, cada bonanza y tragedia, la muerte de mi madre que según me dicen se meció en aquella silla la ultima vez que levantó el teléfono para oir mi voz. Nos sobrevive entonces la madera de decenas de años que guardan su aroma y su voz. La de las dos.

Decido dialogar con la muerte que esta cruzando el comedor, por supuesto, en la cabecera:

- Entonces, ¿Ya que esperas?

Su silencio me obliga a pedirle lo mismo que a mi abuela, pidiendo en silencio.

- Si las ves antes que yo; uno nunca sabe, dile a las dos, mientras se abrazan, que sepan que las extraño. Me hacen falta. Y tengo que admitirlo…me haces daño.


No comments: