Saturday, September 10, 2005

La Deidad, la mente y la fé.

Nuevamente la mujer navegaba en mis sueños. Y realmente navegaba porque se aparecía firme, como compitiendo con el mástil de aquella embarcación tan mística y extraña como ella misma. Eran una sola cuando se formaban en el horizonte y abrían un camino distinto cada vez que volvían, en el mar color cielo.

Azul cambiando a verde y la orilla de madera blanca rompiendo blancos y elevándose en gotas hacia la dignidad perfecta de la mujer estirada, fija, de mirada de fuego. Nunca llegó el agua a sus ojos ni en forma de mar ni en forma de lagrima porque solo hubiera quedado sal solitaria después de que el agua fuera vaporizada.

Se acercaba a mi con paciencia y yo impaciente. Yo deambulaba de un lado a otro haciendo formas inconscientes en la arena blanca. Luego sin mas se destrozaba el par separando la carne de la tabla y rozando la blanca piel con la espuma jadeante, en un brinco decidido. Caminaba hacia mí sin bajar ni un momento la mirada, sin cambiar ni un trozo de blanca-piedra-piel, porque ella era una estatua.

Todo cambiaba justo cuando la mujer alzaba el brazo izquierdo dejando ver su vestimenta alada. Parecía lino, pero brillaba como la seda y se rendía al viento como la pluma mas ligera. Tela divina y ajena a esta tierra. Se extendían sus vestimentas mientras la embarcación con un extraño sonido -tan profundo como el viento fuerte que se clava en los oídos- atraía a los peces a sus orillas.

Entonces también llegaban las aves: Gaviotas, pelícanos, halcones, loros, yaguasas, tocororos, carpinteros, quetzales, todas de tierras cercanas y lejanas se acercaban una a una hasta formar un circulo ritual sobrevolando la embarcación. Luego se fundían con un atardecer tempranero hasta volverse dos alas aferradas a la madera blanca. La embarcación volaba siguiendo el sol, dejando una estela de agua tan grande que parecía una cascada creciente, de brisa extendida hasta mi rostro anonadado.

Y con la brisa recordaba que ella era deidad, que la embarcación era el puente sagrado de la tierra al horizonte y del horizonte al paraíso. Y ella se acercaba a mi solo cuando tenía yo que recordar.

Bajó su mano izquierda y ahora con la derecha señaló mi frente.

- Recuerda el lugar que es tu mayor miedo y tu mayor anhelo. Me dijo.

Me sentí confundido. La guerra era mi mayor miedo, pero no había lugar preciso. Quise hacer memoria de algún lugar en especifico. Quizás donde al fin enfrentaría al enemigo. Pero no podría saber el lugar exacto por el cual el enemigo atacaría. Aún no.

Supo que yo no podía recordar y su rostro se ensombreció y grietas como de piedra o madera vieja se extendieron por toda su piel. Pero en lugar de hacerla parecer vieja o frágil, se veía aun mas bella, mas fuerte y más sabia.

Luego una luz dorada iluminó la vestimenta e hilos dorados crecieron como hiedra por entre sus pies, piernas, torso, brazos y se enredaron hasta alcanzar su mano derecha, el dedo índice pegado a mi frente que les sirvió de guía para penetrar mi cabeza acompañados de un dolor confuso e indescriptible.

- Recuerda el lugar que es tu mayor miedo y tu mayor anhelo. Me ordenó.

La podría llamar Memoria o Diosa del Mar que vuelve del pasado para entregarlo a mi mente como un regalo. Ahí estaba claro en mi mente el risco del águila.

Dice la leyenda que hubo un ave que voló tan alto que alcanzó a escuchar de los Dioses el secreto del poder del cuerpo. Con él, el ave pudo crecer hasta volverse el ser mortal más poderoso de la tierra. Los Dioses sabían que un ser como tal no podía vivir entre los hombres, pero querían premiar también su osadía e ingenio y le pidieron que sirviera a la Diosa mas sabia para que funcionara como su medio de transporte del paraíso a la tierra. El ave con soberbia se negó a servir a nadie, queriendo huir a tierras lejanas con la ingenua esperanza de esconderse de la furia de los Dioses.

Justo cuando salía de la isla extendiendo sus enormes alas sobre el bosque, los Dioses la convirtieron en roca de volcán. Ahora puede verse su cabeza hecha un risco de roca oscura y sus alas verdes extendiéndose hacia abajo como una manta sagrada que protege al bosque de la lluvia.

Aquel risco era mi mayor anhelo porque sentía yo desde pequeño el gran poder del ave, pero al mismo tiempo era mi mayor miedo porque nunca me atreví a volar. Sabía que caería decenas de metros hasta encontrarme con la roca mojada y la furia del mar golpeando el pecho del águila petrificada.

Entonces entendí el mensaje y cuando lo entendí, ella ya no estaba ahí. Caminé toda esa noche y todo el día siguiente hasta llegar allá arriba. Nuevamente sentí la brisa que me cantaba al oído la canción del mar que se oculta en las grandes caracolas.

El olor a vida llenó de sal mi alma y me invito a cerrar los ojos y vivir aun más. Y mi silencio y mi oscuridad eran mas bien doradas, porque el sol lograba atravesar mis párpados envolviéndome en su calidez de padre. Nuestro rey el sol.

La escuché convirtiéndose en mar y luego en una ola gigante, rompiendo al pecho con tanta furia que pude ver volar pedazos de roca y verde follaje. La espuma y el vapor la extendieron en la inmensidad del cielo hasta convertirla en carne y una mujer gigante con piel de piedra y ojos de fuego me habló haciendo callar hasta el mar mismo.

- He aquí tu miedo ante tus ojos. Me dijo.

Y pude ver en su túnica blanca y húmeda una cruenta batalla

- He aquí tu esperanza.

Ya no vi nada. Ella desapareció y quedó un mar mudo y sordo, en calma. Un vacío a unos pasos de mis pies y nada más.

- Soy tu mente y tus sentidos, aquello que inspira al que lucha, al que pinta, al que escribe, al que guía. Soy la fé y el ingenio de tus días. Nazco de los sentidos y muero cuando muera el tiempo. Dijo haciendo resonar hasta el horizonte.

Como un eco, escuché en lenguas distintas al mar repetir el ultimo grito y solo al final quedó un rugido que se volvió el mar de siempre:

- Sensvs Nascor Pereo Cvm Finis Tempvs

Luego todo en silencio, solo el romper de las olas de un mar ahora tranquilo. Atardecer de mi infancia pero ahora con un pensamiento distinto. Me concentré en ver hacia el frente y reconocí el mas bello de los atardeceres: el de siempre.

Luego escuché con atención las aves, el canto lejano de mi pueblo, el fiel mar, el alegre viento. Sentí el calor de mi padre y la fuerza en mi cuerpo. Olía a mar, a victoria y a perfume de tiempo. Me volví tan fuerte e inmenso como el Aguila que me guiaba y compartía ese momento.

Entendí a la mujer. La victoria estaba dentro de mí. Pero faltaba la fé, la máxima fé.

- Acércate a la orilla. Me dijo.
- Me da miedo. Contesté.
- Acércate a la orilla. Susurró a mi oído.

Me acerqué. Con su brazo izquierdo me empujó y al lado de todas las aves de la isla, que ya venían a seguirme, por fin volé.

No supe como, pero volé.

3 comments:

@MoonyTj said...

Muuuuy padre el texto Gabriel!

Me encanta la frase final!

Saludos
Mony

existingthinker said...

Gracias Mony...siempre con tan buen gusto literario...jajajajajaja... no es cierto !

@MoonyTj said...

jijiji... vaya, modestito el muchacho! :D

Un abrazo

Mony