Monday, October 17, 2005

El arma



El rey se sentía tan poderoso en su pueblo como el mismo sol en el universo. Central y fuerte ante sus hombres, aun así luchando por mantener la sabiduría y humildad ante su pueblo –pero mas aun- ante los Dioses. No así consigo mismo, porque había aprendido a no engañarse a si mismo.

Entendía también –porque las sabias mujeres lo habían visto en los oráculos- que el poder era necesario en el. Debía reconocerlo y apreciarlo como el respiro de aire fresco en la mañana, que llenaba su cuerpo y su alma de vida.

Era un hombre poderoso entre sus hombres. Pero nadie sabia aun que tan poderoso era en comparación con su enemigo.

Entonces decidió ir al risco de la cabeza de águila, para pedirle a los Dioses que le otorgaran el arma mas poderosa de la tierra.

El sentía que la merecía porque la precisión de su entrenamiento, la profundidad de su devoción religiosa y el amor por su pueblo deberían favorecerle ante los Dioses. Quizás –porque los oráculos decían- fuera imposible evitar al enemigo, pero era posible que los Dioses encontraran la solución otorgándole aquella arma, que debería existir.

Entonces les grito y oyó sus propias palabras regresar tres veces. Tres intentos mas y no escucho mas que su propio grito arrullado entre aves y el rítmico rugido de un mar agitado. En el cuarto intento, el eco fue una palabra distinta

- La tendrás- Escucho apenas y no escucho nada mas.

Esa noche soñó a la deidad vestida de su manto de agua fresca y brisa salada, que le dijo:

- Cuando amanezca supervisa a tus hombres, los cercanos y los lejanos. Moviliza a todos los guerreros y a los guerreros de tus guerreros con una disciplina tal que muestre tu autoridad. Acércate a los dos guerreros que menos conozcas, ordénales que demuestren su lealtad y su fe saltando por este risco. Luego detenlos, porque solo es cuestión de probar su fe.
- Haz que las sagradas mujeres oren como nunca y te demuestren sus artes. Prueba la sabiduría de tu mujer preguntándole acerca de los oráculos y las tradiciones, habla con tus hijos y haz que te muestren sus habilidades en la literatura, historia, arte de la guerra, música y la pintura.
- Luego entonces, si todos aquellos que amas demuestran su lealtad, su obediencia ante tu autoridad, recibirás esa misma noche el arma, un arma que requiere de maestría y precisión para poderla usar correctamente.

Hizo lo que se le pidió que hiciera: Apenas amaneció convocó en la gran explanado a los guerreros y sus guerreros, con todos sus hombres de confianza a los lados. Ordenó comenzar a construir aquella torre centinela que siempre había pensado era estratégica para la guerra que venía, con labores que parecían imposibles para un solo día.

Nadie vaciló. Luego le preguntó al general quienes eran los oficiales mas jóvenes del ejercito y los hizo llamar. Les ordeno subir al risco cabeza de águila y saltar después de una oración a la Deidad. Pudo ver una profunda mirada en sus ojos, pero nunca una duda. Al llegar allá, su mujer –la reina- estaba esperándolos con las sagradas mujeres para hacerlos regresar, después de una ceremonia de agradecimiento a su lealtad.

El se encontró con ellas poco después y les pidió que hicieran un altar en ese mismo lugar. Un altar de piedra, agua, viento y fuego que fuera el mas bello jamás concebido por su pueblo.

Luego –camino de regreso- conversó largamente con la reina acerca de los oráculos, acerca del futuro, acerca del orden del palacio y el avance de las princesas.

Llegando al palacio hizo llamar a sus hijos y disfrutó de la literatura, los despliegues de danza y arte de guerra, la música y de los frescos en la pared, que habían realizado con mucha habilidad asesorados de los académicos del palacio.

Esa noche, ya casi rendido por las arduas e inusuales labores del día, el rey decidió ir al templo dentro del palacio a orar y a esperar el veredicto de los Dioses. Sin duda su pueblo había demostrado devoción ante su autoridad. Sin duda había desplegado como nunca su poderío y respeto. Sin duda la promesa sería cumplida.

Cuando llegó al santuario, se sorprendió al ver a la mas pequeña de sus hijos sola, jugueteando con las valiosísimas escrituras sagradas de los antepasados.

El mismo cansancio lo hacia un hombre menos tolerante, y le llenaba de rabia el pensar que podía movilizar un ejercito entero en un día sin ningún contratiempo ni vacilación, mientras que dentro de su mismo palacio no podía imponer la disciplina en una infante de apenas dos años de edad.

Su furia se incremento a grado tal de cegar su juicio cuando descubrió que la pequeña princesa había destruido parte de las escrituras, y mas fue su rabia cuando ella con una protesta acompañada de una burlona hinchazón de mejillas, se negó a devolver los dos papiros sobrevivientes.

El había aprendido que la disciplina y el justo castigo habían servido con sus hijos mayores, que ahora eran un ejemplo de buen comportamiento. Procedió a actuar con rigor sobre la mas pequeña.

Justo en el momento en que se disponía a usar la fuerza, la pequeña dio medio giro graciosamente con el cuerpo, con una habilidad inaudita. Inclino ligeramente la cabeza y esbozó una enorme y preciosa sonrisa, acompañada de una ligera carcajada.

El rey se detuvo en seco. Sintió una debilidad desconocida. Nada podía hacer. Se supo vencido y por primera vez, el perder le daba una sensación de serenidad desconocida para el.

Sintió una aire fresco llenar sus pulmones y aprecio por primera vez la calidez de la luz del fuego pintarse sobre las sonrojadas mejillas de su pequeña. La abrazó con ternura.

Aquel poderoso guerrero había sido vencido por una sonrisa.

Los Dioses, como siempre, habían cumplido con su palabra.

Fragmento de la novela "El pueblo perdido" de Gabriel Reyes.

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